Ya, Aristóteles, en el siglo IV a.C., definió que los cambios accidentales se producen mientras se mantiene lo substancial. Fulanito de Tal es la substancia, desde que nace hasta que muere; lo accidental, los accidentes, son los distintos aspectos que va teniendo Fulanito a lo largo de su vida: su cuerpo y su rostro han ido cambiando desde el día de su nacimiento hasta el día de su muerte; permanece la substancia (Fulanito) y cambian los accidentes (su aspecto físico).
En la transubstanciación, ocurre al revés: permanecen los accidentes: el pan y el vino mantienen su aspecto (mantienen sus características organolépticas); y, cambia la substancia: toda la substancia del pan se convierte en el Cuerpo de Cristo (ahora Jesús es la substancia de la Sagrada Hostia) y, del mismo modo, toda la substancia del vino se convierte en la Sangre de Cristo. De tal modo que en cada una de las especies sacramentales está realmente presente Jesucristo con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
Jesús se pone a nuestro alcance de la manera más sencilla. “¡Tomad y comed, este es mi Cuerpo!” Hemos de pensar: ¿Sí Él se humilla de ese modo para acercarse a mí, qué esfuerzos debo hacer yo para poder recibirle?
Vale la pena, porque cuando comulgamos, inhabita en nosotros la Santísima Trinidad: Dios Padre y Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Tres Personas distintas, y Un Solo Dios Verdadero.
Pepe Landín