En la Biblia se alude habitualmente a él bajo el nombre de Jacobo, término que pasó al latín como Iacobus y derivó en nombres como Iago, Tiago Jaime y Santiago (sanctus Iacobus). Santiago era de Betsaida, villa situada al N.E. del Mar de Galilea. Hijo de Zebedeo y de Salomé, era hermano de Juan, otro de los discípulos de Jesús. Antes de seguir al Maestro, era pescador, como su padre.
San Mateo y San Marcos refieren que la llamada del Maestro se produjo cuando "estaban arreglando las redes en el barco", y a continuación de la llamada a Simón-Pedro y Andrés, otros dos hermanos, también pescadores.
La respuesta de Santiago y Juan, como la de los otros dos hermanos, fue inmediata. En concreto, los hijos del Zebedeo dejaron el barco y a su padre (Mt), con los asalariados (Mc), y se fueron tras de Jesús Santiago forma parte, pues, de un pequeño grupo de amigos de Jesús, lo cual hace pensar que normalmente es de los que tienen más trato con él. Y está presente en momentos de suma importancia.
En la resurrección de la hija de Jairo Fue Jesús a casa del jefe de la sinagoga, cuya hija se había muerto, y "no permitió que le acompañara nadie más que Pedro, Santiago y Juan
Antes de pronunciar el Sermón Escatológico
En tal situación, están con Jesús cuatro discípulos, que le interrogan. Uno de ellos es Santiago, que se presenta emparejado con Pedro, mientras que su hermano Juan aparece asociado a Andrés.
En la Transfiguración
Jesús llevó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos.
En Getsemaní
Jesús pide a sus discípulos que se queden allí mientras ora, pero lleva consigo aparte a tres de ellos. Se trata de Pedro, Santiago y Juan. Solamente a ellos les dice Jesús que su alma está muy triste.
El talante de Santiago y el reproche de Jesús
A juzgar por lo acontecido en un pueblo samaritano, Santiago era de carácter impetuoso, como su hermano Juan (Lc 9, 54). La falta de hospitalidad de los samaritanos, al negarse a recibirlos por el hecho de dirigirse a Jerusalén, le exasperó, ya que el precepto de la hospitalidad debía estar por encima de todas las diferencias. Entonces, los dos hermanos le dijeron a Jesús: "Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?" Jesús les reprocha tal actitud (Lc 9, 55), señal de que no está en absoluto de acuerdo con su intransigencia.
Quizás por ese carácter fogoso es por lo que Jesús les puso a los dos hermanos el sobrenombre de "los Boanerges” que significa "hijos del trueno".
Algunos autores eclesiásticos de los primeros siglos, manifiestan, de modo genérico, que uno de los Doce predicó el evangelio en Occidente, junto al Mar Océano, junto al Mar Británico.
Así, Dídimo de Alejandría escribe que a uno de los Apóstoles le correspondió predicar en La India, a otro en Hispania Tertuliano considera que ya entonces había llegado el cristianismo a los diversos límites de las España Cipriano de Cartago muestra el talante cristiano de la antigua Gallaecia, tal como acabamos de indicar, es señal de que el cristianismo no era un hecho reciente en la tierra gallega.
Por otra parte, el Parrocchiale Suevum, del siglo VI, muestra la existencia de Iglesias rurales en Galicia, caso único en Occidente, signo de que la religión cristiana ya había tomado cuerpo en una etapa anterior.
Ya en los siglos V al VII, los Breviarios de los Apóstoles y otros resúmenes biográficos concretan más, al decir que Santiago, el hermano de Juan, predicó en España.
Al parecer la predicación del Apóstol no dio de inmediato demasiado fruto; pero al menos ahí están los discípulos Atanasio y Teodoro. Ellos fueron para Santiago como las primicias de su labor apostólica. Ellos mismos le trajeron al lugar que había sido su campo de trabajo; y, donde él quedó sepultado, ahí también tuvieron
Tras reclutar a los siete varones apostólicos, que fueron ordenados obispos en Roma por San Pedro y recibieron la misión de evangelizar en Hispania, el apóstol Santiago regresó a Jerusalén, para, junto a los grandes discípulos de Jesús, acompañar a la Virgen en su lecho de muerte. Allí fue torturado y decapitado en el año 42 por orden de Herodes Agripa I, rey de Judea.
La Virgen se hace presente sobre un pilar de Zaragoza frente al apóstol Santiago y los siete varones, episodio hoy venerado en la basílica de Nuestra Señora del Pilar.
LA REINA LUPA
Fueron estos siete discípulos, relata la leyenda, los que, tras escaparse aprovechando la oscuridad de la noche, trasladaron el cuerpo del apóstol Santiago en una barca hasta Galicia, adonde arribaron a través del puerto de Iria Flavia (actual Padrón). Los varones depositaron el cuerpo de su maestro en una roca -que fue cediendo y cediendo, hasta convertirse en el Sarcófago Santo- para visitar a la reina Lupa, que entonces dominaba desde su castillo las tierras donde ahora se asienta Compostela, y solicitarle a la poderosa monarca pagana tierras para sepultar a Santiago.
La reina acusó a los recién llegados de pecar de soberbia y los envió a la corte del vecino rey Duyos, enemigo del cristianismo, que acabó encerrándolos. Según la tradición, un ángel -un resplandor luminoso y estrellado- liberó a los siete hombres de su cautiverio y, en su huida, un nuevo milagro acabó con la vida de los soldados que corrían tras ellos al cruzar un puente, pero no fue el único contratiempo con el que se toparon los varones. Los bueyes que les facilitó la reina para guiar el carro que transportaría el cuerpo de Santiago a Compostela resultaron ser toros salvajes que, sin embargo, también milagrosamente, fueron amansándose solos a lo largo del camino. Lupa, atónita ante tales episodios, se rindió a los varones y se convirtió al cristianismo, mandó derribar todos los lugares de culto celta y cedió su palacio particular para enterrar al Apóstol. Hoy se erige en su lugar la Catedral de Santiago
El hallazgo de los restos
Si Santiago había predicado en Galicia, lo deseable para las gentes del lugar era traerlo al lugar de su predicación, para ser allí sepultado El ermitaño Pelagio, que vivía en Solovio, donde en la actualidad se encuentra la iglesia de San Félix, percibió repetidamente una serie de luminarias nocturnas en el cercano lugar de Libredón. Estas, junto con unas revelaciones angélicas, le llevaron a pensar que se debían al cuerpo del Apóstol Santiago.
Corría entonces el primer cuarto del siglo IX.
El ermitaño se trasladó a Iria, para visitar al Obispo Teodomiro y contárselo. El Obispo le acompañó a Santiago.
Al día siguiente fueron al lugar de donde salían las luces, y encontraron un edículo con tres cuerpos, que se supone eran el de Santiago y los de Atanasio y Teodoro, sus discípulos.
Una vez que se hubo convencido del hallazgo, el Obispo de Iria hizo sabedor de ello al rey de Asturias Alfonso II el Casto, que acudió a Santiago con su familia. Además, Teodomiro decide sepultarse allí, de lo cual da testimonio la lauda sepulcral hallada en las excavaciones de la Catedral en el año 1956, y que se encuentra ahora a la vista en la nave de Platerías.
Alfonso II edifica y dota una pequeña iglesia, “de piedra y lodo, de una nave y con techumbre de madera, y en cuya cabecera se mantuvo el sepulcro romano”. El rey encarga de promover allí el culto a un grupo de monjes Benedictinos.
La afluencia creciente de peregrinos, mueve a Alfonso III, que reinó en Asturias desde el año 866 al 910, a edificar una iglesia más grande que la de Alfonso II.
Esta iglesia fue dañada por Almanzor –aunque el Sepulcro quedó intacto- y después fue mandada restaurar por el Obispo de Iria, San Pedro de Mezonzo.
La presencia de los restos del Apóstol en Santiago y sus consecuencias
En los siglos VI-VIII proliferó el reparto de reliquias y la dedicación de iglesias a Santiago el Mayor en Inglaterra, Francia, Galicia y Reino de Asturias A finales del siglo X y en el siglo XVII, hubo temor de perder las reliquias del Apóstol. En la primera ocasión, la preocupación venía causada por las incursiones de Almanzor, quien llegó a Santiago y dañó la iglesia de Alfonso III, aunque dejó intacto el sepulcro. En el siglo XVI, se volvieron a esconder las reliquias, por temor a las incursiones del pirata inglés Drake. Las colocaron entonces en la girola, y reaparecieron el 29 de enero de 1879, siendo Arzobispo de Santiago el Cardenal Payá y Rico.
La Sede Romana concedió privilegios a la Iglesia de Santiago, en razón de conservar los restos de Santiago el Mayor. Urbano II, en tiempos de S. Pedro de Mezonzo, Obispo de Iria Flavia, ante el saqueo de los moros, transfirió la sede a Compostela, desvinculándola de Braga y sometiéndola directamente a la Santa Sede.