a ser amables, con nuestra amabilidad; a ser serviciales, con nuestra disponibilidad; a ser sinceros, con nuestra autenticidad; a ser diligentes, con nuestra disciplina; etc, etc.
No se trata solo de hacer cosas buenas para dar buen ejemplo, se trata de contagiar nuestro esfuerzo, nuestra lucha diaria, por hacer esas cosas bien, para a agradar a Dios. La medida en que nos esforcemos, será la medida de nuestra eficacia.
Hemos de seguir siempre las instrucciones del fabricante. Cualquier aparato, utensilio o electrodoméstico viene acompañado de unas instrucciones. El fabricante entiende que necesitamos saber cómo usar y para qué sirve ese instrumento. Y, si no seguimos esas instrucciones el aparato se rompe. No sirve. Se revuelve contra nosotros.
Nuestro fabricante es Dios y sus instrucciones, los Diez Mandamientos.
Estos se resumen en dos: Amarás al Señor, tu Dios, con toda tu alma, con todo tu corazón, toda tu menta y con todas tus fuerzas y, al prójimo, como a ti mismo. ¿Cómo podemos llevar a cabo estos dos mandamientos? ¿Señor, qué he de hacer para amarte sobre todas las cosas? ¿Señor, que he de hacer para amar a mis próximos como a mí mismo? Esos son nuestros objetivos, imbricados e inseparables de nuestra vida diaria, de nuestro trabajo y quehacer ordinario. Esto no es fácil, pero está al alcance de cualquiera. Basta acudir al consejo espiritual de un sacerdote o persona con criterio, que nos desmenuce el modo de ir dando pasos –práctica de sacramentos y oración- para que, con la gracia del Espiritu Santo, estemos cada vez más cerca de Dios.
La paja y la viga Lc 6 41/42
Pepe Landín