Os acordáis de la pregunta que Jesús hizo a los apóstoles en el Domingo pasado?. Contesto Pedro en nombre de todos: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Jesús confirma esa verdad, revelada por el Padre, pero que no podían decir a nadie que El era el Cristo.
Sin embargo la idea que tenían del Cristo, del Mesías, era una idea muy de aquí abajo; por fin el Mesías nos liberará de todo poder extranjero y se iniciara una etapa de triunfos y de gloria.
Por eso Jesús les pone inmediatamente ante la verdad pura y dura de lo que se le viene encima al Mesías. Les advierte de que “él debía ir a Jerusalén y padecer mucho por causa de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser llevado a la muerte y resucitar al tercer día”
Ante esta predicción del Señor vuelve pedro a intervenir en nombre de todos. : “¡Dios te libre, Señor! De ningún modo te ocurrirá eso” . A lo que Jesús le responde con palabras muy fuertes: “¡Apártate de mí, Satanás! Eres escándalo para mí, porque no sientes las cosas de Dios sino las de los hombres”. Y entonces mirándolos fijamente a todos les invita: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?” Por lo que se ve esto no funciona según la lógica humana. La Cruz ni es desgracia ni es desventuras, de las que hay que escapar lo mas lejos posible. Parece mas bien todo lo contrario. Para llegar al triunfo glorioso sobre el pecado y la muerte hay que pasar por la pasión y la cruz. Jesús invita a sus discípulos a seguirlo por ese camino.
En el numero 130 de “Amigos de Dios”, nos recuerda San Josemaría, “aquel sueño de un escritor del siglo de oro castellano”. En el se habla de dos caminos.
Uno es ancho y regalado, pero termina en un precipicio sin fondo. Es el que siguen atolondradamente los mundanos. “Por dirección distinta, discurre, en ese sueño, otro sendero: (...) Todos los que lo emprenden, adelantan por su propio pie, quizá en zigzag, con rostro sereno, pisando abrojos y sorteando peñascos. En determinados puntos, dejan a jirones sus vestidos, y aun su carne. Pero al final, les espera un vergel,(...) el cielo. Es el camino de las almas santas (...) que por amor a Jesucristo se sacrifican gustosamente por los demás; la ruta de los que no temen ir cuesta arriba, cargando amorosamente con su cruz, por mucho que pese, porque conocen que, si el peso les hunde, podrán alzarse y continuar la ascensión: Cristo es la fuerza de estos caminantes”.
El fin de todo ser humano es alcanzar la felicidad. “Lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado”, decía san Josemaría.
+Monseñor Don Samuel G. T.