En el Evangelio de hoy nuestro Señor nos cuenta la historia de dos hijos. Su padre les pide que vayan a trabajar a la viña; el primero responde de un modo muy poco cortés y un tanto violento: "¡No quiero!". El otro, con palabras muy atentas y comedidas, dignas incluso de un caballero, le dice: "Voy, señor", pero no va. En cambio, el rebelde y “rezongón” se arrepiente y va a trabajar.
Y Cristo pregunta a sus oyentes: "¿Cuál de los dos hizo lo que quería el padre?". La respuesta era obvia: el primero. Sus obras lo demostraron.Esta parábola nos recuera el refrán castellano: “Obras son amores, que no buenas razones”.
Creo que lo que nuestro Señor quiere decirnos con esta parábola es, en definitiva, que lo que verdaderamente importa para salvarse no son las palabras, sino las obras. O, mejor: que las palabras y las promesas que hacemos a Dios y a los demás cuentan en la medida en que éstas van también respaldadas por nuestras obras y comportamientos. Éstas son las que mejor hablan: las obras, no los bonitos discursos; las obras, no los bellos propósitos o los nobles sentimientos nada más.
La hermana pequeña de santo Tomás de Aquino le preguntó en cierta ocasión: ¿Tomás, qué tengo yo que hacer para ser santa?". Ella esperaba una respuesta muy profunda y complicada, pero el santo le respondió: "Hermanita, para ser santa basta querer".
¡Sí!, querer. Pero querer “con toda con toda nuestra alma, con toda nuestra fuerza, con todo nuestro ser”, con toda la voluntad. Es decir: no un querer querría sino un querer que pone los medios, que no se desanima, sino que vuelve cada día a comenzar luchando por poner los puntos sobre la ies que tocan cada día.
No es suficiente con un "quisiera". La persona que "quiere" puede hacer maravillas; pero el que se queda con el "quisiera" es sólo un soñador o un idealista incoherente.
Por ultimo están las palabras finales del Señor a los fariseos, escribas y sacerdotes: "Yo os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios" . ¡Un juicio duro, pero muy certero!
Porque los pecadores y las prostitutas son como el primer hijo de la parábola: a pesar de que sus palabras no eran las más “bonitas” y adecuadas, ellos hicieron la voluntad del Padre: creyeron en Cristo y se convirtieron ante su predicación. Mientras que los fariseos y los dirigentes del pueblo judío, que se consideraban muy justos y observantes, y se sentían muy seguros de sí mismos, ésos son como el segundo hijo: sus "poses" externas son muy respetuosas y comedidas, pero NO obedecen a Dios.
Y lo que Cristo quería era que hicieran la voluntad del Padre.
Como enseña el papa: “el hombre de por sí está tentado de oponerse a la voluntad de Dios, de tener la intención de seguir su propia voluntad, de sentirse libre sólo si es autónomo; opone su propia autonomía contra la heteronomía de seguir la voluntad de Dios”. Lo que hay que pelear es como dejarnos atraer por Cristo para hacer la voluntad del Padre, como El nos enseño: "No se haga mi voluntad sino la tuya”. Así lo comentaba el papa Benedicto: “en esta transformación del "no" en "sí", en esta inserción de la voluntad de la criatura en la voluntad del Padre, Él transforma la humanidad y nos redime. Y nos invita a entrar en este movimiento suyo: salir de nuestro "no" y entrar en el "sí" del Hijo. Mi voluntad existe, pero la decisiva es la voluntad del Padre, porque ésta es la verdad y el amor”.