Domingo I de Adviento B.

Monición de entrada. 

Comienza hoy un nuevo año litúrgico en el que iremos celebrando de diversas maneras el misterio de la salvación que nos viene de Cristo. Empieza con el ciclo de Adviento, Navidad y Epifanía en el que haremos el memorial del nacimiento y manifestación del Hijo de Dios hecho Hombre por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María.

Iniciamos hoy estas cuatro semanas del tiempo de Adviento, un tiempo de alegre esperanza ante la venida de Cristo Salvador en la humildad de nuestra carne y su retorno glorioso al fin de los tiempos.

Acto penitencial

- Tú. que viniste al mundo para salvarnos: Señor, ten piedad. R/.

- Tú. que nos visitas continuamente con la gracia de tu Espíritu: Cristo, ten piedad. R/.

- Tú. que vendrás un día a juzgar nuestras obras: Señor, ten piedad.. R/.

Oración colecta

CONCEDE a tus fieles, Dios todopoderoso, el deseo de salir acompañados de buenas obras al encuentro de Cristo que viene, para que, colocados a su derecha, merezcan poseer el reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo.

Lectura del libro de Isaías. Is 63, 16c-17. 19c; 64, 2b-7

TÚ, Señor, eres nuestro padre, tu nombre desde siempre es «nuestro Libertador». ¿Por qué nos extravías, Señor, de tus caminos, ¿y endureces nuestro corazón para que no te tema? Vuélvete, por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad.

¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses! En tu presencia se estremecerían las montañas. «Descendiste, y las montañas se estremecieron». Jamás se oyó ni se escuchó, ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por quien espera en él. Sales al encuentro de quien practica con alegría la justicia y, andando en tus caminos, se acuerda de ti. He aquí que tú estabas airado y nosotros hemos pecado. Pero en los caminos de antiguo seremos salvados. Todos éramos impuros, nuestra justicia era un vestido manchado; todos nos marchitábamos como hojas, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas al poder de nuestra culpa. Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero: todos somos obra de tu mano. Palabra de Dios.

Salmo responsorial Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19 (R/.: 4)

V/. Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

R/. Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

V/. Pastor de Israel, escucha; tú que te sientas sobre querubines, resplandece;

despierta tu poder y ven a salvarnos. R/.

V/. Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate,

ven a visitar tu viña. Cuida la cepa que tu diestra plantó,

y al hijo del hombre que tú has fortalecido. R/.

 V/. Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste.

No nos alejaremos de ti: danos vida, para que invoquemos tu nombre. R/.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios. 1 Cor 1, 3-9

HERMANOS: A vosotros gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. Doy gracias a mi Dios continuamente por vosotros, por la gracia de Dios que se os ha dado en Cristo Jesús; pues en él habéis sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo, de modo que no carecéis de ningún don gratuito, mientras aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el final, para que seáis irreprensibles el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, el cual os llamó a la comunión con su Hijo, Jesucristo nuestro Señor. Palabra de Dios.

Aleluya Sal 84, 8

R/. Aleluya, aleluya, aleluya.

V/. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación. R/.

Lectura del santo Evangelio según san Marcos. Mc 13, 33-37

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!». Palabra del Señor.

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