Ante las situaciones de injusticia, tanto sociales como personales, siempre presentes a nuestro alrededor, nos viene muy bien el consuelo de la palabra de Jesús en el evangelio de este Domingo.
A veces pareciera que el malo es el que triunfa y los buenos los que reciben los golpes. Más, pareciera que los opresores, son los buenos.
Pues no, no es así. Jesús deja bien claro que el bien siempre triunfa y siempre paga. Claro, no de un modo inmediato, pero a la larga, sí. Dios siempre tiene la ultima palabra, y, los buenos y la justicia, triunfarán.
Vendrá un día en que toda injusticia estará al descubierto y los buenos recibirán su paga. Esa es nuestra esperanza. Lo decimos en el Credo: Jesucristo “subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos”.
Que bien lo explica el Catecismo: “Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta al desnudo definitivamente la verdad de la relación de cada hombre con Dios. El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena”. Unos serán condenados y otros serán salvados.
El Catecismo explica el Infierno recordando unas palabras de la primera carta de san Juan: “Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él”.
Y sigue el catecismo: “Nuestro Señor nos advierte de que estaremos separados de Él si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos”.
Ósea, que el mal y los malos estarán separados de nuestro Señor, es decir no podrán salvarse.
El mal no triunfará.
Y los buenos, ¿Cómo les ira a los buenos?. Así dice el Catecismo y es una gozada: “Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha ‘abierto’ el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en Él y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Él”.
Amigos míos el cielo existe, como existe el Infierno. Y nos hará mucho bien no olvidarlo.
Porque Jesús se identifica con los hambrientos y los sedientos, con los forasteros, los desnudos, los enfermos y los encarcelados, con todos los que sufren en este mundo, y considera hecho a Él, lo que hacemos a los demás.
A este respecto nos viene bien recordar unas palabras de San Josemaría: “hay que reconocer a Cristo, que nos sale al encuentro, en nuestros hermanos los hombres. Ninguna vida humana es una vida aislada, sino que se entrelaza con otras vidas. Ninguna persona es un verso suelto, sino que formamos todos parte de un mismo poema divino, que Dios escribe con el concurso de nuestra libertad”.
Jesús, El Hijo de Dios, al hacerse hombre se ha hecho uno de nosotros, pobre, conocedor del dolor, el hambre, la sed, la persecución, hasta el punto de morir desnudo en la Cruz.
El Juez que aparecerá en el Juicio final es el mismo que padeció todo esto. Sabe bien lo que duele el desprecio presuntuoso del que sólo va a lo suyo, y cuánto consuela el amor de las personas generosas que no pasan de largo ante las necesidades de los hermanos.