Te aconsejo que antes de leer esto, leas el evangelio de este Domingo, XXXIII del Tiempo ordinario, Ciclo A.
Es Jesús quien tiene un riquísimo Patrimonio, de grandísimo valor y quiere compartirlo con nosotros, que seriamos los siervos de la parábola. Al primero le confía un paquete de cinco talentos, al segundo un paquete con la mitad y a un tercero, un paquete, pequeño, con solo una unidad.
Durante su ausencia los siervos deben rendir y fructificar ese patrimonio recibido.
Los dos primeros doblan, con su esfuerzo, el patrimonio recibido y son alabados y premiados. En cambio, el tercero, lleno de miedo a perder su pequeño patrimonio, no se lanza a fructificar, sino que se cierra y esconde lo que ha recibido. Es recriminado y castigado.
Te preguntaras: ¿Cuál es el patrimonio recibido? Pienso que se trata de lo que Jesús nos ganó en la cruz: nuestra redención; su Palabra, la Iglesia con toda la gracia que Él le dio, los sacramentos el perdón, la misericordia, la fe, esperanza y caridad; la Filiación divina. Los gano a precio de su sangre. Son bienes de alto valor y calidad. Este patrimonio no lo hemos recibido para guardarlo, sino para hacerlo crecer. Lo que no debemos hacer es lo que hizo el “siervo malvado y holgazán”. El miedo al riesgo, bloquea la creatividad y la fecundidad del amor.
Los miedos a los riesgos del amor, nos bloquean. ¿Y cómo hacer crecer esos bienes? Pues dándolos, poniéndolos al servicio de los demás. Es como si nos dijera: “Aquí tienes mi misericordia, mi ternura, mi perdón: tómalos y úsalos lo más que puedas”.
Y nosotros debiéramos preguntarnos: ¿Qué hemos hecho con esos bienes? ¿A quién hemos “contagiado” con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos animado con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? Si nos hacemos estas preguntas deseando ardientemente hacer crecer esos bienes recibidos, serán un gran bien para nosotros, que estamos abiertos a lo que el Señor nos quiera decir. Porque con las preguntas se cuela en nuestra alma la gracia del arrepentimiento y los propósitos y las ansias de servir a todos nuestros hermanos. No importa cual sea nuestra situación o circunstancia, para dar testimonio de Jesús.
El testimonio que Jesús nos pide está en acción, siempre abierto a nuestra correspondencia.
La parábola nos exige no esconder la fe y nuestra pertenencia a Cristo, a no sepultar la Palabra del Evangelio, sino a hacerla activa en nuestra vida, en las relaciones, en las situaciones concretas, como fuerza que nos interpela, a nosotros y a los demás, que purifica, que renueva, y nos lleva a no arrugarnos nunca.
Lo mismo en el Sacramento de la Reconciliación: no lo tengamos cerrado en nosotros mismos, dejemos que libere su fuerza, que haga caer esos muros que nuestro egoísmo ha levantado, que nos haga dar el primer paso en las relaciones bloqueadas, retomar el dialogo donde ya no hay comunicación … Hacer que estos talentos, estos regalos, estos dones que Dios nos ha dado, crezcan, den fruto con nuestro testimonio de viada.
+Monseñor Don Samuel G. T.