Escribe el Párroco: "Deshaciendo entuertos originales".

Comenzamos en este segundo domingo de Adviento la lectura del Evangelio según san Marcos, que es el que escucharemos la mayor parte de los domingos y solemnidades de este año litúrgico.

San Marcos resume en una sola frase el contenido de todo el 2º Evangelio: “Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (v. 1).

La palabra griega evangelios significa “buena noticia”. ¿Cuál es esa buena noticia que interesa a todas las gentes? Que por fin alguien viene a deshacer el entuerto diabólico que Adán y Eva consintieron hacer al demonio en el Paraíso, rompiendo en mil pedazos la felicidad del hombre y destrozando el plan de Dios que lo había creado a imagen y semejanza suya, en la plena y más esplendida amistad divina.

Es Jesús, el Cristo (es decir, el Mesías, el descendiente de David cuyo reino no tiene fin) y además el Hijo de Dios hecho hombre que vino al mundo para salvarnos de ese entuerto, de esa maldición con la que el demonio nos tenía sometidos por el pecado original. Se acabó. Cristo rompió las cadenas y somos libres para vivir como Hijos de Dios en el Hijo, en Jesús.

Además el “evangelio”, la proclamación de esta buena noticia, no terminó con lo que se narra en este libro, sino que sigue abierto y cada uno de nosotros estamos llamados a ser protagonistas. Aquí, en este libro, están las referencias fundamentos de nuestra fe, por tanto, para nuestra vida y para realizar la misión que a cada un nos corresponde: hacer llegar este mensaje gozoso a todas las personas de todos los tiempos.

Y a fin de que el Mesías encuentre las puertas abiertas y un pueblo bien preparado para recibirlo, Dios envía a lo largo de todo el A.T., jueces, profeta, santos, reyes, etc., que consuelan a los hombres en la espera y preparen su venida.

San Marcos menciona al inicio de su Evangelio unas palabras de Malaquías: “Mira que envío a mi mensajero delante de ti, para que vaya preparando tu camino” (Ml 3,1) y otras de Isaías: “Voz del que clama en el desierto: ‘Preparad el camino del Señor, haced rectas sus sendas’” (Is 40,3)

Con ese mismo fin Dios envió a un Precursor, Juan el Bautista. San Marcos dice de él que es un hombre muy sobrio: llevaba un vestido de pelo de camello ceñido con una correa de cuero y se alimentaba con saltamontes y miel silvestre, el alimento más sencillo que podía encontrarse en el desierto de Judea.

Benedicto XVI señala que el Ejemplo de Juan es particularmente oportuno para nuestra época, “especialmente en preparación para la fiesta de Navidad, en la que el Señor –como diría san Pablo– ‘siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza’ (2 Co 8, 9)”

El mismo Jesús lo señala como un ejemplo hablando con sus discípulos y lo contrapone a los poderosos que “llevan finos ropajes” y “se encuentran en los palacios reales” (Mt 11,8).

El mensaje de Juan el Bautista no se limita a ofrecer su testimonio de un estilo de vida sobrio, sino que hace un enérgico llamamiento a la conversión: nos mueven a un profundo cambio interior reconociendo y confesando los propios pecados.

En este tiempo de Adviento su figura y su predicación nos invitan a entrar en nosotros mismos para hacer un examen sincero de nuestra vida y preparar el camino del Señor, rectificando nuestros caminos en todo lo que nos hayamos apartado de Él.

Terminamos con una cita de San Josemaría sobre el Adviento: “El tiempo de Adviento es tiempo de esperanza. Todo el panorama de nuestra vocación cristiana, esa unidad de vida que tiene como nervio la presencia de Dios, Padre Nuestro, puede y debe ser una realidad diaria. Pídelo conmigo a Nuestra Señora, imaginando cómo pasaría ella esos meses, en espera del Hijo que había de nacer. Y Nuestra Señora, Santa María, hará que seas alter Christus, ipse Christus, otro Cristo, ¡el mismo Cristo!”

+Monseñor Don Samuel G. T.
Párroco de San Ginés de Padriñán

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