Monición de entrada.
Hoy, segundo Domingo de Cuaresma, el mismo Dios nos llama como a Abrahán por nuestro nombre. Nuestra respuesta, como la del Patriarca será: «Aquí estoy, Señor». En nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua, nos encontramos con exigencias duras y difíciles como las que vivió Abrahán.
También nosotros necesitamos vivir la experiencia gozosa de los tres discípulos de Cristo en la cumbre del Tabor, que justifica el camino de la cruz.Acto penitencial
- Tú. que borras nuestras culpas: Señor, ten piedad. R/.
- Tú. que creas en nosotros un corazón puro: Cristo, ten piedad. R/.
- Tú. que nos devuelves la alegría de la salvación: Señor, ten piedad. R/.
Oración colecta
OH, Dios, que nos has mandado escuchar a tu Hijo amado, alimenta nuestro espíritu con tu palabra; para que, con mirada limpia, contemplemos gozosos la gloria de tu rostro. Por nuestro Señor Jesucristo.
Lectura del libro del Génesis. Gén 22, 1-2. 9a. 10-13. 16-18
EN aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán. Le dijo: «¡Abrahán!». Él respondió: «Aquí estoy». Dios dijo: «Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré». Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña. Entonces Abrahán alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: «¡Abrahán, Abrahán!». Él contestó: «Aquí estoy». El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo». Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. El ángel del Señor llamó a Abrahán por segunda vez desde el cielo y le dijo: «Juro por mí mismo, oráculo del Señor: por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de sus enemigos. Todas las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz». Palabra de Dios.
Salmo responsorial Sal 115, 10 y 15. 16-17. 18-19 (R/.: Sal 114, 9)
V/. Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos.
R/. Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos.
V/. Tenía fe, aun cuando dije: «¡Qué desgraciado soy!».
Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles. R/.
V/. Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor. R/.
V/. Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo, en el atrio de la casa del Señor, en medio de ti, Jerusalén. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos. Rom 8, 31b-34
HERMANOS: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios y que además intercede por nosotros? Palabra de Dios.
Versículo antes del Evangelio Cf. Lc 9, 35
En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre: «Este es mi Hijo, el Elegido; escuchadlo».
✠ Lectura del santo Evangelio según san Marcos. Mc 9, 2-10
EN aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía qué decir, pues estaban asustados. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo». De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos. Palabra del Señor.