Usemos la imaginación -todos hemos visto BENHUR o MOLOKAI etc. - para percibir, aunque sea un poquito, los sufrimientos que esta situación llevaba consigo. Además de las graves molestias propias de la enfermedad, debían abandonar sus casas y sus pueblos y vagar por lugares deshabitados, lejos del contacto con otras personas. Tener lepra era como estar muerto en vida, alejado tanto de la vida civil como de la religiosa. Solían vivir en comunas, alejadas de las poblaciones que personas piadosas, caritativas y familiares ayudaban de distintas maneras, siempre desde la lejanía.
Si en esta pandemia la distancia social nos parece una tortura pensemos en lo que aquello significaba. Por eso la curación debía ser algo grande y extraordinario. Y esta curación milagrosa como una resurrección.
Probablemente al leproso le llegan las voces, los comentarios de lo que sucede en los pueblos; y entre las noticias, una esperanzadora: los milagros del Rabí de Nazaret. Y en su corazón empieza a brotar y crecer la esperanza. El tiempo pasa y un día, quizás ayudado por alguna persona familiar o amiga, que le avisaría del paso por algún camino cercano de Jesús con los discípulos, su corazón removido y lleno de confianza, decide acercarse, y, a lo lejos, se arrodilla gritando su petición y su suplica: “¡Señor! Si quieres, puedes limpiarme”. Gran lección para los discípulos: Jesús se acerca, lo toca, lo cura, con un cariño y delicadeza maravillosas: “Quiero, queda limpio”. El gesto y el espíritu de entrega de Jesús les quedaron gravados. El gesto, va a ser usado con frecuencia en los sacramentos, como un “signo sensible que produce lo que significa por acción de la gracia”; la actitud amorosa del Señor, será un nuevo estilo de vida: servir siempre y especialmente a los enfermos y necesitados. El simple hecho de tocar no cura, pero el poder de Dios a través de ese gesto, sana en profundidad a aquella persona.
Los Santos padres ven en la lepra un símbolo del pecado, que es la verdadera impureza del corazón, que lleva consigo un alejamiento de Dios. La enfermedad física no nos separa de Dios, sino la culpa, las manchas morales y espirituales del alma, -el pecado-, que nos hace incapaces de salir de esa situación, solos. Es el momento de acercarnos a Jesús con la misma fe, fuerte de aquel hombre: “Si quieres, puedes limpiarme”. Y, si nuestro corazón está decidido a apartarse del mal con la ayuda del Señor y acudimos al sacramento de la Reconciliación, también podremos experimentar la eficacia de sus palabras: “Quiero, queda limpio”. Los pecados que hayamos podido cometer - aunque hayan llegado a producir la muerte del alma, como las manchas en la piel de aquel leproso lo habían hecho morir en cierto modo- quedan limpios cuando los confesamos humildemente. En este sacramento, Jesucristo, con infinita misericordia, nos renueva y reconforta por medio de sus ministros, permitiéndonos recomenzar una nueva vida llena de paz y alegría.
Esta pandemia viral, nos ha hecho miedosos para acercarnos al Sacramento. Es hora de recuperar el sacramento de la Reconciliación con mayor fuerza y frecuencia que antes. El medico divino nos espera allí para sacarnos de la postración y de las secuelas de desaliento y tristeza, que está dejando en nosotros, esta enfermedad viral, tan pegajosa.
+Monseñor Don Samuel G. T.