“Si alguno dice, amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn 4,20). El amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables. Como escribió Benedicto XVI, “el versículo de Juan se ha de interpretar más bien en el sentido de que el amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y que cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios”.
En la hipótesis de una sociedad plenamente justa el amor es necesario. “No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo”.En este convencimiento la Iglesia en España hace coincidir con la solemnidad del Corpus el Día de la Caridad, como llamada a estar pendientes de los demás, sobre todo de los más pobres y necesitados material y espiritualmente. Como pueblo que peregrina hacia Dios, la acción caritativa ha de realizarse en la Iglesia, con la Iglesia y al servicio de la Iglesia, “que sin dejar de gozarse con las iniciativas de los demás, reivindica para si las obras de caridad como deber y derecho propio que no puede enajenar”.
Quien ha acogido el amor de Dios, siente la necesidad de manifestarlo a través de sus obras. Por eso, “quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien”.
+ Julián Barrio Barrio
Arzobispo de Santiago de Compostela