Como todos los años al llegar la festividad de la Virgen del Carmen, patrona y protectora de los hombres y mujeres de la mar, me dirijo a todos vosotros uniéndome cordialmente a esta celebración en nuestras parroquias de la costa y también del interior, para haceros llegar mi cercanía y mis mejores deseos con mi oración a quienes, bajo la protección de Nuestra Señora, surcáis los mares buscando vuestro sustento y el de vuestras familias, o siendo una garantía para la libertad y seguridad.
El lema escogido para esta Jornada indica la preocupación de la Iglesia hacia el colectivo del mar: “No estáis solos, no estáis olvidados”, en la situación vivida en este año tan especial, marcado por la pandemia que ha traído tantas dificultades, y ha repercutido con acentos propios en vuestras vidas y en vuestro trabajo. Nuevos problemas se han añadido a los ya existentes. La Iglesia es sabedora. Así lo reflejaba en su mensaje en el día mundial de la pesca el Cardenal Turkson cuando decía: “los efectos de la pandemia del COVID-19 se han propagado rápidamente por todo el mundo, con consecuencias dramáticas para las economías de muchos países, y un grave impacto en sectores tan vulnerables como el de la pesca. El impacto del COVID-19 en la industria pesquera atañe principalmente al ámbito de las respuestas estratégicas que han adoptado los gobiernos frente a la pandemia, como el distanciamiento social, el cierre de mercados de pescado, la escasa afluencia de clientes a hoteles y restaurantes. Esto supone un grave problema para la venta de pescado fresco y otros productos pesqueros, sobre todo en lo que se refiere a la disminución de la demanda y a la caída del precio del pescado, razón por la cual, en la situación actual, la pesca, el procesamiento de pescado, el consumo y el comercio han disminuido de manera constante”.
“No estáis solos, no estáis olvidados”: sabéis, por la experiencia de la fe, que Dios nunca nos abandona. Él, que es Padre, se muestra compasivo en medio de las dificultades y nos hace llegar, de muchas maneras diferentes, el calor y la fuerza de su amor. No estáis solos, porque en cada singladura, al contemplar la quietud del mar en calma o al afanaros en los temporales y en los momentos más intensos de labor, contáis también con la presencia amorosa de la Virgen, la estrella de los mares, que, silenciosa, quedamente, deja caer su manto sobre vosotros, mirándoos con ternura, protegiéndoos y amparándoos.
“No estáis solos; no estáis olvidados”, porque, en vuestra vida como miembros de la Iglesia, sentís el calor de la fraternidad que lleva a preocuparos los unos por los otros, a vivir la solidaridad en vuestros problemas y a contribuir a su solución, como expresión de la comunión de vida en la que nuestro ser cristiano nos inserta desde el bautismo. La Iglesia es también vuestra familia, y, con vosotros, celebra vuestras alegrías y padece vuestras penas; porque también ella, como comunidad, está presente en vuestras vidas.
Particularmente querría subrayar la presencia y la labor de los capellanes y voluntarios del apostolado del mar, haciendo mías las palabras del Papa: “Gracias a vosotros, las personas más vulnerables pueden reencontrar la esperanza de un futuro mejor. Vuestro esfuerzo puede ayudarlas a no rendirse ante una vida precaria y a veces marcada por la explotación. Vuestra presencia en los puertos, tanto grandes como pequeños, debería ser en sí misma un recordatorio de la paternidad de Dios y del hecho de que ante Él todos somos hijos y hermanos; una referencia al valor primario de la persona humana antes y por encima de cualquier interés y un incentivo para todos, comenzando por los más pobres, a esforzarse por la justicia y el respeto de los derechos fundamentales”.
En este año Santo, os encomiendo a la Virgen del Carmen y al Santo Apóstol Santiago, que compartió vuestro trabajo, para que os sintáis siempre en compañía de Dios y de su Iglesia: “¡Santo Apóstol!, haz que desde aquí se fortalezca la esperanza que ayuda a superar la preocupación angustiosa por el presente, y el escepticismo que dificulta el ejercicio de la caridad. Es tiempo para rezar, amar, salir al encuentro de los demás con obras de misericordia, revitalizando la fraternidad que “permite reconocer, valorar y amar más allá de la cercanía física”, procurando que las personas pobres y las más vulnerables tengan siempre la preferencia”. Tengo muy presentes a quienes han perdido su vida faenando en el mar y a sus familias. Encomendándome también a vuestra oración, os saluda con afecto y bendice en el Señor.
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela