Nuestra Madre del cielo acaba de saber que va a ser la madre del Mesías, la madre de Dios, y no se le sube a la cabeza. Todo lo contrario, rebosa de espíritu de servicio e interés cariñoso por los demás.
San Josemaría gustaba de meditar esta escena y aprender de la naturalidad de María las virtudes cristianas: “Bienaventurada eres porque has creído, dice Isabel a nuestra Madre. -La unión con Dios, la vida sobrenatural, comporta siempre la práctica atractiva de las virtudes humanas: María lleva la alegría al hogar de su prima, porque “lleva” a Cristo”.
Y en otra ocasión san Josemaría sugería: “Vuelve tus ojos a la Virgen y contempla cómo vive la virtud de la lealtad. Cuando la necesita Isabel, dice el Evangelio que acude «cum festinatione», -con prisa alegre. ¡Aprende!”.
¡Que alegre y hermoso debió ser el encuentro entre estas dos madres!: el Bautista salta de gozo en el vientre de Isabel, iniciando la misión de Precursor del Mesías; Isabel se goza humildemente de que la visitaba “la Madre de mi Señor”. Es el Espíritu Santo, del cual están llenos Isabel y el Bautista, el que les hace percibir la presencia divina, aunque venga escondida y humilde. Y será el Paráclito el que nos enseñará a reconocer al Señor cuando venga a nosotros, en los sacramentos y en las necesidades de los demás.
Pero esta actitud de servicio de nuestra Madre no termina con Isabel. Continua durante toda su vida. Ella nos sigue sirviendo a nosotros, a la Iglesia de Jesucristo y a cada uno. Ella nos lleva de la mano y nos muestra a Jesús.
El papa Francisco lo expresaba así: “La fiesta de la Asunción de María es una llamada para todos nosotros, especialmente para los que están afligidos por las dudas y la tristeza, y miran hacia abajo, no pueden levantar la mirada. Miremos hacia arriba, el cielo está abierto; no infunde miedo, ya no está distante, porque en el umbral del cielo hay una madre que nos espera y es nuestra madre. Nos ama, nos sonríe y nos socorre con delicadeza”. “Como toda madre, quiere lo mejor para sus hijos y nos dice: “Sois preciosos a los ojos de Dios; no estáis hechos para las pequeñas satisfacciones del mundo, sino para las grandes alegrías del cielo”. Sí, porque Dios es alegría, no aburrimiento. Dios es alegría. Dejémonos llevar por la mano de la Virgen”.
+ Monseñor D. Samuel García Tacón