“En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos”. El convencimiento de que el Señor ve y aprecia cada detalle de cariño y entrega, aunque sean muy pequeños y escondidos, nos llevará a ser muy generosos con él y los demás.
A la entrada del Templo de Jerusalén se encontraba el gazofilacio, palabra de origen griego que significa guarda del tesoro. Este lugar, con unas buenas oficinas de recaudación para los grandes donativos, tenía también cepillos destinados a recibir las limosnas del pueblo sencillo, para ayudar a sustentar los gastos del culto. Mezclada entre los que aquel día echaban mucho dinero, apareció una mujer que no paso desapercibida para la mirada amorosa del Señor.
La situación de las viudas en la antigüedad podía llegar a ser dramática. Las mujeres dependían en gran medida del trabajo de los hombres para su propio sustento. De modo que perder al cabeza de familia sumía a muchas de ellas en una pobreza extrema. Y por eso la Escritura exhorta en numerosos lugares a cuidarlas con esmero. Esta mujer del evangelio era precisamente viuda y pobre.
Así se explica la especial alegría de Jesús, “que conoce lo que hay en todos los corazones” (cfr. Jn 2,25), cuando vio cómo ofrecía para los gastos del Templo todo lo que tenía para sobrevivir, aunque fuera muy poco, tan solo dos monedillas de poco valor. Aquella mujer consideró que era más importante el culto rendido a Dios que su propia seguridad o sustento. Por eso es un ejemplo excelso de generosidad que el propio Jesús nos señala. D. Ramón me contaba cosas maravillosas de fieles de Sanxenxo, y bastante pobres, como reunieron durante años, “pataco a pataco”, para hacer sustanciosas donaciones para el Nuevo Templo. En esas misas que a veces ponemos en la hoja parroquial con el título “Por las intenciones del párroco”, me acuerdo con frecuencia de esas personas, que ayer y hoy, siguen viviendo esa encomiable y ejemplar generosidad de la viuda pobre del evangelio. No diré nombres, pero es propicia la ocasión para ensalzar esos gestos que son muy agradables a Dios y que Jesús mismo alaba ante sus apóstoles.
Junto a la oración y el ayuno, la limosna es una de las acciones más gratas a Dios, cuando se realiza con rectitud de intención y espíritu generoso y desprendido, cuando realmente nos cuesta, porque se trata de algo propio que damos desinteresadamente. “¿No has visto las lumbres de la mirada de Jesús cuando la pobre viuda deja en el templo su pequeña limosna? —consideraba san Josemaría— Dale tú lo que puedas dar: no está el mérito en lo poco o en lo mucho, sino en la voluntad con que lo des”.
Jesús nos invita a fijarnos en el hermoso ejemplo de la viuda pobre, porque esto nos llevará a vivir la lógica del don y no la lógica del egoísmo. Nos llevará, en definitiva, a ser magnánimos con Dios y los demás, como lo fue aquella mujer.
El Señor merece siempre lo mejor de nuestro amor y afecto, de nuestro tiempo y de nuestros intereses. Cuando una persona o una familia saben dar a Dios con generosidad y alegría, entonces reciben de parte del Señor el ciento por uno y numerosas bendiciones. “En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos” (v. 43). El convencimiento de que el Señor ve y aprecia cada detalle de cariño y entrega, aunque sean muy pequeños y escondidos, nos llevará a ser muy generosos con él y los demás.
+ Monseñor D. Samuel G. T.
Parroquia San Ginés de Padriñán