Simbólicamente, a los monjes y monjas se les denomina "moradores del desierto", por vivir en silencio y soledad, y en total despojo y desnudez interior, para buscar a Dios. Pero parafraseando a Merton, “el Espíritu vuela sobre el desierto para darle fertilidad”, y el yermo, lejos de ser un lugar de horror y vasta soledad (Dt 32, 10), se transforma en un vergel, donde sus habitantes nos convertimos en auténticos cultivadores del desierto (eremicultores).
El tiempo de Cuaresma es el “desierto” que la Iglesia nos brinda para cultivar nuestra interioridad,