En el Evangelio de hoy nuestro Señor nos cuenta la historia de dos hijos. Su padre les pide que vayan a trabajar a la viña; el primero responde de un modo muy poco cortés y un tanto violento: "¡No quiero!". El otro, con palabras muy atentas y comedidas, dignas incluso de un caballero, le dice: "Voy, señor", pero no va. En cambio, el rebelde y “rezongón” se arrepiente y va a trabajar.
Escribe el Párroco: "Los primeros y los últimos"
La palabra de Dios es siempre salvadora, y también nos ayuda a rectificar haciéndonos notar que a veces nuestros juicios son torcidos y pobres.
En la parábola, el dueño de la viña es Dios, los jornaleros somos todos los hombres en las muy distintas situaciones y circunstancias de nuestra viada.
¡PERDONAR! Y, ...¿ESO MOLA?
Hoy, en el Evangelio, Pedro consulta a Jesús sobre un tema muy concreto que sigue albergado en el corazón de muchas personas: pregunta por el límite del perdón. La respuesta es que no existe dicho límite: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18,22).
Escribe el Párroco: "El poder de atar y desatar"
Escribe el Párroco: "Vade post me, Satana".
Os acordáis de la pregunta que Jesús hizo a los apóstoles en el Domingo pasado?. Contesto Pedro en nombre de todos: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Jesús confirma esa verdad, revelada por el Padre, pero que no podían decir a nadie que El era el Cristo.
Sin embargo la idea que tenían del Cristo, del Mesías, era una idea muy de aquí abajo; por fin el Mesías nos liberará de todo poder extranjero y se iniciara una etapa de triunfos y de gloria.
Escribe el Párroco: "Las llaves de San Pedro".
Jesús tenía, en su entorno, y algunos muy cercanos a Él, hombres más influyentes, quizás más inteligentes, quizás mejores... que Pedro, desde el punto de vista humano.
Sin embargo, el Señor se fijó en Simón, el hermano de Andrés, aquel que, junto con Juan, fueron los primeros en descubrir a Jesús, y en estar en la intimidad con El.
Escribe el Párroco: "¡Que mujer, la cananea!"
El Evangelio suele narrar con cierta frecuencia que Jesús se alejaba de las poblaciones judías, allí donde se suponía que no lo conocían, para descansar y al mismo tiempo formar a sus discípulos. Esta vez se va a la región de Tiro y Sidón.